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Por qué son recomendables los libros de terror para los niños y niñas.

Fuente: https://www.yorokobu.es/

Los libros de terror han tenido siempre una mala prensa.  Casi condenados al ostracismo, albergan en ellos unas enseñanzas y valores que transmiten a través de las historias que cuentan.  Si bien es cierto que cada vez más editoriales se lanzan a colocar en sus estanterías aventuras de este género, aún hay cierta reticencia ante el posible impacto negativo que pudieran provocar en los niños y niñas.  Este artículo de https://www.yorokobu.es habla sobre este tema.  Después de su lectura, quizás cambien las opiniones de los detractores y detractoras del terror de las historias de literatura infantil.


La Sirenita de Disney se llama Ariel y (¡atención, destripes!) termina casándose con el príncipe por el que fue capaz de cambiar su cola por piernas, perder la voz de forma temporal y abandonar a su familia submarina. En cambio, la protagonista del cuento de Andersen, la original, ni siquiera tiene nombre y su historia finaliza de forma trágica: acaba convertida en espuma de mar.

El desenlace propuesto por el escritor danés fue rechazado por la adaptación hollywoodiense. Demasiado cruel para una factoría abonada a los finales felices, y más en contenidos infantiles.

Por eso sus guionistas tampoco dudaron en trastocar la parte final de las versiones animadas de El libro de la selva o El jorobado de Notre Dame, entre otras, para hacerlas más amables. ¿Podría, acaso, si no, volver a conciliar el sueño un niño que ve cómo Quasimodo se deja morir de hambre junto al cadáver de su amada Esmeralda, tal y como ocurre en la novela de Victor Hugo.

En el tamiz con el que se criban los contenidos para niños el horror suele quedar retenido. Y cuando el filtro no viene de escritores ni de la industria del cine o la televisión ya están los padres para ponerlo. Es el caso de la madre de Winsconsin que emprendió una campaña contra el libro For every child, a better world, cuyo protagonista es la rana Gustavo (allí, Kermit The Frog).

Para Mary Carney, que así se llama la señora en cuestión, el libro, coeditado en 1993 por la ONU para concienciar al público infantil sobre las realidades de los niños de otros países, resulta «traumatizante e inapropiado» para los pequeños lectores al mostrar de forma «demasiado gráfica» la guerra, el hambre y demás dramas que conforman el día a día en determinadas latitudes del planeta.

A la madre y también profesora (además de miembro del Tea Party de aquel estado norteamericano) le preocupaba la angustia que la realidad en su estado más crudo puede provocar en los niños. «Su inocencia debe permanecer intacta el mayor tiempo posible”, llegó a declarar.

Los padres temen exponer a sus hijos al miedo. Al de la vida real y al de ficción. Una encuesta realizada en Reino Unido a algo más de 1.000 padres demostró que un 33% de los progenitores entrevistados evitaban las historias en las que aparecen personajes siniestros como la Bruja del Oeste, de El Mago de Oz, o las brujas protagonistas del célebre cuento del mismo nombre de Roald Dahl.

Pese al considerable porcentaje, la mayoría de los padres reconocía, sin embargo, que este tipo de personajes y las situaciones que provocan contribuyen a que sus hijos distingan entre lo que está bien y lo que está mal, aprendan a lidiar con situaciones difícil y a superar sus miedos.

En definitiva, los malos pueden resultar buenos para los niños. O dicho de otra manera, no hay que tener miedo a exponer a los niños al miedo.

«El miedo es una respuesta natural», explicaba la psicóloga Emma Kenny en The Guardian en relación a las conclusiones del citado estudio. «Cuando estás leyendo una historia de terror a un niño, o es él el que la lee, tiene un nivel de control: puede dejarlo o pedirte que pares cuando quiera. La historia puede generar una discusión mediante la que poder explorar y explicar cómo se siente ante una determinada situación», añadía.

En la misma línea se expresa Alicia Soria, de Grupo Planeta, quien considera que la gestión de los temores es una habilidad indispensable para el niño y futuro adulto. De ahí que considere a la literatura infantil de terror como un estupendo instrumento de resilencia y de control: «Les permite explorar y comprender sus propias reacciones de miedo en un entorno que pueden controlar a su ritmo».

El humor es el aliado perfecto para conseguir dicho entorno. «Dosificar adecuadamente terror y humor resulta fundamental para que el joven lector sienta que él controla la situación y para que la lectura resulte una experiencia divertida y gratificante».

En el caso de la colección Supersustos, lanzada recientemente y de la que es editora, Soria asegura que «se ha cuidado el nivel de terror, humor y aventura para que encontrar el equilibrio idóneo».

Supersustos 1Supersustos 2Dirigidos a niños a partir de 9 años («una edad en la que los lectores comienzan a sentir gran interés por este tipo de contenidos»), los dos libros que conforman la colección son herederos directos de la mítica Pesadillas, que la misma editorial lanzó en los 90. «Supersustos comparte el mismo sentido de la diversión, el ingenio de las historias y su amenidad, pero ya han pasado 20 años».

Y el paso del tiempo, según Soria, pesa mucho cuando se trata de humor y de terror: «Son dos géneros que envejecen más rápido que los demás. Ahora a casi nadie le provoca mucho miedo una película de Béla Lugosi ni se ríe a carcajadas con una de Buster Keaton. Sin ser un caso extremo, con Pesadillas pasa algo parecido».

También el contexto de los niños de hoy es muy distinto al del de los 90. Las nuevas tecnologías y la realidad virtual son algunos elementos presentes en esta nueva realidad y de los que los libros se hacen eco, al igual que lo hacen con algunas leyendas urbanas que corren por las redes sociales.

Alicia Soria explica el enfoque con el que se recogen estas historias: «Al mostrarlas en un medio más controlado como es el caso del libro, el niño las recibe de una manera menos agresiva y aprende a distinguir “los trucos” de la narración para identificarlas después cuando las encuentra dispersos en las redes sociales y otros ámbitos».

Pese al rechazo a los contenidos de terror provocado por la sobreprotección parental, el miedo siempre ha estado presente en la literatura infantil. «Los cuentos tradicionales están repletos de personajes y aventuras terroríficas, precisamente porque se empleaban para explicar el mundo y el propio ser humano: sus emociones, sus impulsos, sus reacciones…»

«Las narraciones de ficción siempre han sido un instrumento de autoconocimiento y, entre otras muchas cosas, nos sirven para entender qué nos provoca el miedo y por qué», añade Soria.

En una columna escrita en 2015, la periodista de The Guardian Alison Flood se remitía a unas declaraciones del autor australiano Shaun Tan  en las que explicaba que, cuando era niño, su madre comenzó a leerles a él y a sus hermanos Rebelión en la granja, de Orwell, pensando que se trataba de un libro sencillo. «Por supuesto, a todos nos pareció bastante inquietante, y mamá consideró seriamente dejarlo cuando entraron «en acción» la violencia y la traición, preocupada porque podría distorsionar nuestras pequeñas mentes».

Tan cuenta que, por suerte, continuó con su lectura porque entre todos tomaron la decisión unánime de seguir hasta el final. «¿Lo leería a mi propia hija? Tengo que consultarlo con ella y votar en familia».

Algunos de los libros del mismo escritor han sido tachados de aterradores e inapropiados para el público infantil. «Y como padre no estoy del todo en desacuerdo –reconoce–, pero como niño que fui solo lamento que a los más jóvenes se les niegue la oportunidad de decidir por sí mismos. Aprecio que la lectura sea un acto de interpretación, no solo de recepción de ideas existentes».

La propia Flood aseguraba que no tenía claro cuáles serían los libros que acabarían «atormentando» a sus hijas (que, por entonces, tenían 2 y 5 años, respectivamente). Lo que le importaba era verlas descubrir «la comedia, la emoción o los terrores de la literatura». Y terminaba haciendo suya la máxima de Shaun Tan: «La lectura es un asunto sobre el que se debe decidir de forma individual».

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